viernes, 29 de diciembre de 2006

Costa Esmeralda y yo

De la vasta geografía de Veracruz, me decidí por Costa Esmeralda. Pasé noche buena y navidad sola al lado del mar. El 24 cené camarones en una pieza donde únicamente estaba yo, imagino que alguno de los cocineros, un gato abominable y el guardia del hotel. Le llamé a la viuda de Ferro Gay. Le llamé a mi familia. Le mandé un mensajito a Otárola pero siendo el mismo cobarde de siempre, no respondió. Le llamé a Rodolfo pero es medio sordo y no escuchó las olas. Me llamó un borracho. Estuve varias horas en la madrugada escuchando los Diarios de Motocicleta de Santaolalla, y luego un rato más oyendo a la mujer que canta y grita al lado de Moby: In this World. Me mandó un mensajito Cartaphilus. Antes, pasé unas cinco horas a siete kilómetros del hotel, sentada frente al mar releyendo el tomo III de las Obras completas de Borges, especialmente Los conjurados.

El 25 tenía intención de levantarme temprano pero no fue así, la desidia me dejó dormir hasta mediodía. Otra vez los siete kilómetros al mar. Otra vez Borges. Otra vez a buscar un lugar apartado en la playa, y como era mediodía y había sol, fue un poco más difícil que la tarde anterior. Ahora sí a entrar en el mar, por primera vez en mi vida (no puedo decir que la experiencia resultó placentera, salí con algunos golpes). Otra vez los siete kilómetros al hotel y como se venció el cuarto y estaba todo cerrado esperé a la orilla de la carretera que llegara el ADO con un lugar disponible. Afortunadamente hubo lugar. Luego algunas vueltas y finalmente de regreso en Jalapa.

Fue mi primera navidad sola y a pesar de que llamé a mi familia, hubo muchas cosas que no extrañé. No se trata de otra de mis esnobadas, sinceramente no extrañé poner el arbolito de plástico. No extrañé la casa de mi abuela. No extrañé a tres de mis tías que cada año se paran frente a mí repitiéndome una tras otra que estoy más gorda. No extrañé cenar al lado de personas que me resultan totalmente ajenas, de las que no sé nada y que no saben nada de mí, que cada vez que veo me preguntan a qué me dedico. No extrañé su expresión de “ah, si, estudias Historia…” y enseguida un gesto como si se compadecieran de mí; o los que de plano me dicen: “¿y no te aburres?”. No extrañé los silencios incómodos. No extrañé mi intolerancia ante las pláticas cargadas de prejuicios que cada año protagonizan ciertos personajes en el comedor (por ejemplo que Estados Unidos es víctima del terrorismo mundial y Bush es el gran protector o que ser negro es sinónimo de ser malvado). No extrañé a la parte gringa de mi familia. No extrañé las filas de tres o cuatro horas para tener que ir a El Paso, Texas de compras con mis papás y completar con mi cabeza los 300 o 400 dólares que la Aduana México permite pasar por coche, consumiendo de ese modo hasta el tope, y aún más, porque cada año dan varias vueltas. No extrañé el hartazgo y la angustia que me producen las tiendas gringas, especialmente los pasillos de Target con sus set of dishes... vajillas de todo tipo de colores. No extrañé preocuparme porque el regalito del intercambio fuera útil para el destinatario. No extrañé los comentarios vacíos ni la falsa amabilidad. No extrañé celebrar algo que me resulta absurdo celebrar. No extrañé la doble moral de los católicos, cuando el gran ausente en estas fechas es Jesús (o al menos su predicación).

O sea que estuve a toda madre lejos de la rutina navideña que repetí por veinte años. Y ojalá extrañara porque con tanta soledad no sé cómo diablos voy a readaptarme a los hábitos de la frontera. Creo que lo mejor será volver y no dejar de pensar -como escribió Kundera- que La vida está en otra parte, quizás en los camarones que cené el 24. Aunque, después de todo, la aventura tuvo algunos inconvenientes. Por ejemplo, eso de andar viajando sola en busca de lugares apartados tiene la desventaja de que luego no hay quien tome la foto. Ni hablar, a fin de cuentas mi memoria filtrará lo que se le antoje, y las fotos salen sobrando.

martes, 12 de diciembre de 2006

L'orologio

Ferro Gay (1926-2006). En la Cátedra, junio de 2005.

Federico Ferro Gay reforzó mi amor por los clásicos y por la literatura italiana. Escuchar a Ferro Gay era descubrir nuevas e infinitas posibilidades contenidas en una misma lectura. Ferro Gay era una muy equilibrada dosis de divinidad en su ilimitada humanidad.

En cierta fecha del 2004, la primera vez que crucé palabras con él, su temperamento enciclopédico me dejó entumida, al grado de olvidar lo que originalmente tenía intención de preguntarle y el comentario más imprudente que me llegó en ese instante fue: “Cada vez que lo veo… usted me recuerda a Jorge Luis Borges”, a lo que Ferro sólo atinó en responderme, con una irónica sonrisa: “¡Pues pobre Jorge Luis Borges!”
La cercanía intelectual, humana y afectiva que mantuve con Ferro Gay llegó meses después. Y no obstante, siempre le encontré un parecido físico con el erudito argentino. El pasado 2 de mayo, cuando muy temprano recibí la feroz noticia de su muerte, no sé bien si en el transcurso de ése o los siguientes días, pues fueron horas de confusión, recordé unas líneas de Borges: “Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos. El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos” (en “There are more things”, El libro de arena). En apenas dos años Ferro Gay trastornó mi sentido de la realidad. Ferro Gay fue mi norte y fue muchas otras cosas que de momento y luego de siete meses me está vedado descifrar. Para los que en su funeral repitieron discursos cargados de esnobismo (fiel muestra de que jamás entendieron al propio Ferro), y que no supieron decir otra cosa más allá de “la vida sigue”, yo les contesto que no, que la vida da un vuelco inmenso cuando nos faltan aquellos que amamos, en parte porque tenemos que decidir en medio de la incertidumbre en la que nos dejan (y sí, tal vez decidir es síntoma de que uno sigue adelante, pero mucho influye su ausencia hasta en la menor elección).

Semanas antes de morir, L’orologio (El Reloj) fue el libro del cual nos leyó algunos fragmentos y donde se narran las condiciones de la dura posguerra en Italia, la que el mismo Ferro soportó con la ansiedad de no hallar a su madre y ver su ciudad en ruinas tras haber sido bombardeada. L’orologio refleja lo que se vive después de un desastre de la magnitud de la Segunda Guerra Mundial y nos orilla a reflexionar por qué una serie de situaciones límite (de corrupción, hipocresía, egoísmo, degeneración del arte, conformismo, superficialidad) se renuevan y reproducen hasta nuestros días.
L’orologio es, pues, una lectura que reconforta en contradicción, así como en su momento representó un refugio para el propio Ferro Gay: “El autor de este libro, Carlo Levi, es mi amigo, indirectamente, lo es”, nos repitió alguna vez cuando cerraba su libro y lo pasaba por encima del escritorio. Un libro que, con su muerte, sencillamente di por perdido. No obstante, la generosidad de mi hermana buscó, halló y puso en mis manos una versión en inglés. Y ahora mismo me conmueve la noticia de que cierto ejemplar en el original italiano ha llegado desde Venecia a Juárez, enviado por el propio sobrino del autor: Giovanni Levi, a la vez historiador y fundador de la microhistoria, a quien tuve la fortuna de conocer en Xalapa (Riprendere la complessita: dopo la microstoria). Hasta el momento, quizás sea ésa mi única razón para ansiar el retorno a la frontera: redescubrir los párrafos del italiano que me fueron negados tras la dolorosa muerte de Ferro Gay. Los que en el duelo se han mantenido cerca, bien sé que entienden éstas y las líneas que aún soy incapaz de escribir, y espero con ellos y el resto de mis interlocutores compartir la futura relectura de Levi.

Con Giovanni Levi. Xalapa, 2006.

domingo, 10 de diciembre de 2006

Mitos mitos mitos


Advertencia para el oficio de historiar:

"Es muy difícil discutir una creencia. No es que el dogmático sea un imbécil, es que a él le va la vida en ello. La fuerza del dogma está en permanecer. Como un niño, necesita firmeza, si le cambia uno el cuento a la hora de leerle, reclama."
(Gracias a Carlos González por sus reflexiones).