lunes, 5 de febrero de 2007

Reproduciendo a Funes, el memorioso

La persistencia de la memoria. Salvador Dalí.


Salvador Dalí: --Porque resulta que a las sociedades de consumo que utilizan esos medios informativos, como ustedes, están muy poco al corriente de… incluso del vocabulario científico, porque me ha sorprendido que cuando he hablado del ADN, parecía que le hablaban de la luna… ¿verdad o mentira?
Jacobo Zabludovzky:
--Es cierto, maestro.
Salvador Dalí: --Es verdad que con el Divino se aprenden todos los días cosas nuevas.

Dalí está en lo cierto y me lleva a reafirmar que los medios desinforman. Pienso de igual modo en los blogs y en mi reciente desencanto por los blogs. Ikram Antaki criticaba la internet y hacía una analogía entre ésta y la memoria de Funes, el personaje de Borges que recuerda todo hasta el grado de quedar inmovilizado. El planteamiento es más o menos el siguiente y he tratado de retomarlo para una de mis clases (advierto que aún está incompleto):


La pérdida de la memoria histórica identifica a la sociedad de hoy en día. Para algunos, la solución está contenida en internet, donde se “pone a nuestra disposición algo así como la memoria total de la humanidad.”[1]
No obstante, el aprendizaje y la transmisión de la cultura, durante siglos, se ha dado a través de la acumulación ininterrumpida de acontecimientos. Pero en cada época, la historia ha perdido -tal vez intencionalmente- buena parte de conocimientos anteriores. Así, “los griegos fueron incapaces de recuperar los conocimientos matemáticos de los egipcios […] El medioevo perdió toda la ciencia griega [etcétera].”[2]

Lo anterior, porque la memoria social y cultural -sea colectiva o individual- tiene por función filtrar, no conservar. Tenemos entonces, que “la cultura está hecha de memoria y de olvido, [lo que representa] un equilibrio difícil.”[3] Por su parte, es imposible recordar todo, porque el recuerdo requiere selección. Si se recordara todo, sucedería como al personaje de la obra borgiana: Funes, el memorioso, quien decía: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo […] Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras.”[4] En esa larga metáfora del insomnio, Funes termina inmovilizado a causa de su infinita memoria. Pierde su capacidad de abstracción. Para él, “cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca. [No entendía] que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades.”[5]
¿Por qué hago esa referencia a Funes? Porque, como propone Ikram Antaki, “el internet, o la world wide web, es un inmenso Funes. Hasta ahora la sociedad había filtrado por nosotros, a través de los manuales y las enciclopedias. Con la web, todo el saber, toda la información posible, aún la menos apropiada, está a nuestra disposición. La cuestión es, ¿quién lo filtra?”[6]

La analogía de Antaki entre Funes y la Internet me parece extraordinariamente atinada. Si yo tecleo la palabra política en el buscador de Yahoo, aparecen 65.300.000 resultados en 0.08 segundos. ¿Cómo filtrar 65 millones 300 mil resultados? ¿Qué criterios usar para discriminar la información que vale de la que no? Esa memoria electrónica, construida sobre el modelo de la cabeza de Funes el memorioso, resulta abrumadora. “[65] millones de sitios es lo mismo que nada. […] Hemos agrandado nuestras capacidades de acumulación de la memoria, pero aún no hemos encontrado el nuevo parámetro de filtración.”[7] Sin tal parámetro, el uso de la Internet es caótico y poco ayuda si de hallar certidumbres se trata. La libertad de opción entre esa multiplicidad de informaciones, queda anulada para el individuo común. Quizás sea en algún modo positiva para los ricos intelectuales que cuentan con las herramientas para ejercer una nueva discriminación crítica, no para los pobres. Aparece así una nueva división de clases, cimentada en la capacidad cibernauta de escoger la información. Sin embargo, en el mejor de los casos, imaginando que cada uno de nosotros llegara a constituir su propia memoria en medio de ese laberinto, tendríamos una sociedad de seis mil millones de memorias (enciclopedias diferentes).[8]

Pero la sola idea de pensar esos seis mil millones produce vértigo, considerando que cuanto más sabemos, mayor es nuestro horizonte de ignorancia. Por lo tanto, la famosa era de la información, es insostenible.
El progreso técnico no se corresponde con el progreso social. Culturalmente el empobrecimiento se incrementa día con día, y el superconsumo poco ayuda a salir de nuestra pobreza intelectual. En los mismos círculos académicos, intentando ser “transgresores”, se ha degradado la cultura: “Hemos perdido al genio. Se ha elegido lo feo, teniendo ejemplos de belleza extraordinaria en las obras clásicas.”[9]

Sin embargo, no hay indicios de que se pretenda reconsiderar a las obras clásicas o el rescate de la cultura grecolatina. ¿Podrá salvarnos la tecnología? No necesariamente. Como concluye Sartori: “Si nos salvamos no será con la tecnología, sino con un retorno a la inteligencia.”[10]


[1] Ikram Antaki, A la vuelta del milenio. Planeta, México, 2001, p. 44.
[2] Idem.
[3] Ikram Antaki, op. cit., p. 45.
[4] Jorge Luis Borges, Ficciones. Alianza, España, 1997, p. 131.
[5] Jorge Luis Borges, op. cit., p. 133.
[6] Ikram Antaki, op. cit., p. 45.
[7] Idem.
[8] Ikram Antaki, op. cit., pp. 46-47.
[9] Federico Ferro Gay, en su seminario sobre Literatura rusa. UACJ, abril 2005.
[10] Giovanni Sartori y Gianni Mazzoleni, La tierra explota. Superpoblación y desarrollo. Taurus, México, 2003, p. 74.