jueves, 8 de marzo de 2007

Nada que celebrar

Quien piense que la historia es maestra de vida, posiblemente se equivoque. La siguiente es una cita textual de la revista La Sociedad Católica (con la cual simpatizaban por igual conservadores y liberales) en 1870: “Nos hemos condolido, al ver lo fácil que es a la mujer arrojarse en los abismos del error, cuando, desviándose del camino que tiene señalado trastorna el orden establecido en la sociedad humana y trueca la santa y sublime misión de esposa y de madre por la no muy ambicionada de oradora pública para discutir en la tribuna los altos intereses de la política y de la religión.”

Quienes creen que lo anterior ha sido superado quizás desconozcan que en el México del 2007 el porcentaje de diputadas federales corresponde a un 22%, mientras que en un país que a los ojos de muchos mexicanos resulta “inferior”, como Rwanda, el número de mujeres en cargos legislativos asciende al 49%. Por su parte, en el ámbito local la inequidad no es menor, pues 82 mujeres ocupan una alcaldía mientras 2,345 hombres gozan de ese mismo cargo.

Bajo esa tendencia, se requieren aproximadamente 106 años para que las mujeres en México logren la equidad en los puestos de poder político. Lo anterior significa que posiblemente en el año 2112 se empiece a notar el anhelado “cambio.” Quizás para entonces los rezagos de la decimonónica Sociedad Católica (que en su época atacaba abiertamente a la demócrata española Magdalena Bonet), bien pudieran jactarse de que su pensamiento patriarcal haya perpetuado por al menos 2 siglos más.

Pero la inequidad se hace presente más allá del ámbito político. En nuestro país mueren diariamente 4 mujeres por causas relacionadas con el embarazo y el tema del aborto sigue siendo postergado por la derecha conservadora y los desatinos del secretario de Salud en sus declaraciones. En México las mujeres no deciden sobre su cuerpo, pues en los casos en que el aborto es permitido (por violación o enfermedad congénita), las jóvenes se ven atadas a prejuicios y todo tipo de descalificaciones “morales.” Las campañas de “protección de la vida” paradójicamente dan un vuelco hacia la desprotección de aquellas mujeres embarazadas a temprana edad, quienes no desean ser madres.

El tema de la violencia de género es otro de los grandes pendientes, pues 6 de cada diez mujeres en nuestro país ha vivido toda su vida con violencia.

Los anteriores datos (tomados de la propuesta del PASC para la Equidad de Género) resultan escandalosos pues distan mucho de la retórica y verborrea que diariamente ofertan nuestros líderes. Lejos de alcanzar los discursos prometidos, la situación se agrava en el México Profundo, pues 3 millones de mujeres indígenas (7.2% de la población femenina del país para el año 2000) registran una tasa de analfabetismo de casi 50%. Sumado a ello, las malas condiciones de salud son visibles en el 57% de estas mujeres, quienes dan a luz en casa. Por su parte, las labores domésticas representan el trabajo fundamental para esa parte de la población (95.5%). Y con respecto a la posesión de tierras, las mujeres indígenas cuentan con tan sólo el 13.4% de la superficie parcelada y el 6.6.% de los solares.

Por lo tanto, es claro que la vida cotidiana no tiene correlato con las promesas respecto a la igualdad de género. Los datos aquí presentados son tan sólo un reflejo de ese insostenible “México ganador.” ¿Ganador para quién? Si tan sólo Ciudad Juárez es una de las zonas con mayor índice de violencia hacia las mujeres en todo el país (más de 300 asesinadas), y es aquí donde existe una deuda pendiente en el tema de los feminicidios por parte de quienes sólo han llevado el dolor privado al espacio público en busca de lucro y no de soluciones reales.

Ante la cruda realidad la fórmula para muchos (especialmente nuestros políticos y los medios de comunicación) es cambiar las formas y no el fondo. La llave mágica para ellos se traduce en estar “a la vanguardia” y así hablar de “los” y “las” mexicanas, pensando que de ese modo se resuelve el problema, o bien que las “lavadoras de dos patas” (Fox dixit) se quedarán tranquilas, pues ya existe un día en el que pueden ser festejadas. Además del 10 de mayo, ahora tienen el 8 de marzo. Se les festeja por ser “buena madre, buena esposa, buena hija, buena empleada, buena compañera, etc.” No es otra cosa que reproducir la cultura patriarcal, de igual modo en que se hace en un sonado comercial donde la voz de un migrante añora la figura de la abuela “cocinando en casa.” Siguiendo esa misma línea, los dos grandes monopolios, Televisión Azteca y Televisa, no se quedan atrás, pues cosifican e instrumentalizan a la mujer en programas denigrantes como el conducido por Adal Ramones, o como lo hacen también las populares canciones de “reggaetón.”

No, el 8 de marzo no es un día para celebrar, por el contrario, es un día para pensar que más de la mitad de la población a nivel mundial se encuentra en condiciones de desigualdad. Es un día para tomar en serio que casi 5 millones de hogares en México (20.6% de la población, en los que conviven 16.47 millones de personas) son encabezados por mujeres y éstas no se hallan representadas en los órganos de gobierno ni en el espacio público. Mujeres en cuya vida privada son víctimas de violencia.

Ignorar esa realidad no cambiará las cifras, por el contrario, éstas serán cada vez más “escandalosas” y difíciles de ocultar. Es hora de que el “miedo a México” del que habla Denise Dresser (el miedo a mirar la desigualdad tras la retórica de la modernidad), se convierta en impulso y motor para transformar un sistema contradictorio y desolador del que no podemos seguir siendo cómplices. La lucha contra la desigualdad no debe ser exclusiva de las mujeres, pues en ella debe tomar parte todo el organismo social. Si bien el cambio de mentalidades no es fácil, ello no es razón para no dar la batalla contra el viejo sistema patriarcal, el cual tiene que ser superado, con campañas que realmente impulsen la equidad de género y dejen de reproducirlo; con movilización social para demandar a los medios de comunicación programas con contenidos de calidad; con romper los malos discursos que no cambian el fondo sino que sólo maquillan las formas; con acciones que nos lleven a armonizar la vida familiar con la vida pública bajo nuevos modelos que reconozcan la trascendencia de quienes representan a más de la mitad de la población mundial. De lograrlo, entonces quizás el 8 de marzo se convierta en un día para celebrar. Esperemos que eso sea posible mucho antes del 2112.