
Ella: "Es que dejé mi maleta y... y no tengo la etiqueta [de equipaje de última hora]."
C. Ananás: "No se preocupe, yo misma se la entrego, ¿qué asiento tiene?"
Ella: "Seis b."
Pero el seis b le desagrada. Es del lado del pasillo e incrementa la sensación de claustrofobia dentro del avión. Toma por completo la fila 3, al lado de la ventanilla, y se concentra en la lectura de El Universal mientras C. Ananás explica por dónde salir del avión y la cantidad de kilómetros acumulables en la ruta México-Tapachula.
Duerme el resto del viaje. C. Ananás se siente frustrada. Ha atendido a 29 necios y a Ella no le ha servido siquiera un vaso con agua, como al resto de personajillos célebres que se ha hallado a más de 30 mil pies de altura, desde que se dedica a ser azafata.
Una hora más tarde, el avión hace su peculiar rugido, en señal de que empieza a descender. Mientras, C. Ananás hojea su cuaderno y al final se encuentra palabras que escribió dos años atrás. Palabras reducidas que hoy duermen tras su uniforme azul. Mira sus medias, azules también, y ve la punta de su zapato derecho raspada por cada vez que pisa el freno del carrito de bebidas. Repite la acción 19 veces en cada vuelo. Hasta 114 veces en un día, como ayer. Arregla el cinto de su vestido y lo anuda en forma de moño. En su profesión, hay que cuidar los detalles.
Prepara la cabina y se atreve a cruzar palabras con Ella.
Aterrizan, abre la puerta y comienza el desembarco.
Ella: "Gracias por sus palabras. Lamento que siendo historiadora, esté aquí haciendo esto."
C. Ananás: "Gracias, buenas tardes."
Al pie de la escalera la espera su maleta, aparentemente tal y como la había entregado. Seguramente cargada con sus peines y su laca y sus medias y sus discursos incendiarios y sus modelitos de El Palacio. No hubo complot. El peinado sigue intacto. La voz de la izquierda mexicana ha llegado al corazón de El Soconusco. Es Denisse Dresser. Camina a la terminal mientras C. Ananás empieza a preparar su carrito para el vuelo de regreso: 1 jugo de tomate, 2 de naranja, 3 de manzana, refrescos, agua, cerveza, cacahuates, vasos y servilletas... A fin de cuentas, uno se gana la vida.