
El 25 tenía intención de levantarme temprano pero no fue así, la desidia me dejó dormir hasta mediodía. Otra vez los siete kilómetros al mar. Otra vez Borges. Otra vez a buscar un lugar apartado en la playa, y como era mediodía y había sol, fue un poco más difícil que la tarde anterior. Ahora sí a entrar en el mar, por primera vez en mi vida (no puedo decir que la experiencia resultó placentera, salí con algunos golpes). Otra vez los siete kilómetros al hotel y como se venció el cuarto y estaba todo cerrado esperé a la orilla de la carretera que llegara el ADO con un lugar disponible. Afortunadamente hubo lugar. Luego algunas vueltas y finalmente de regreso en Jalapa.
Fue mi primera navidad sola y a pesar de que llamé a mi familia, hubo muchas cosas que no extrañé. No se trata de otra de mis esnobadas, sinceramente no extrañé poner el arbolito de plástico. No extrañé la casa de mi abuela. No extrañé a tres de mis tías que cada año se paran frente a mí repitiéndome una tras otra que estoy más gorda. No extrañé cenar al lado de personas que me resultan totalmente ajenas, de las que no sé nada y que no saben nada de mí, que cada vez que veo me preguntan a qué me dedico. No extrañé su expresión de “ah, si, estudias Historia…” y enseguida un gesto como si se compadecieran de mí; o los que de plano me dicen: “¿y no te aburres?”. No extrañé los silencios incómodos. No extrañé mi intolerancia ante las pláticas cargadas de prejuicios que cada año protagonizan ciertos personajes en el comedor (por ejemplo que Estados Unidos es víctima del terrorismo mundial y Bush es el gran protector o que ser negro es sinónimo de ser malvado). No extrañé a la parte gringa de mi familia. No extrañé las filas de tres o cuatro horas para tener que ir a El Paso, Texas de compras con mis papás y completar con mi cabeza los 300 o 400 dólares que la Aduana México permite pasar por coche, consumiendo de ese modo hasta el tope, y aún más, porque cada año dan varias vueltas. No extrañé el hartazgo y la angustia que me producen las tiendas gringas, especialmente los pasillos de Target con sus set of dishes... vajillas de todo tipo de colores. No extrañé preocuparme porque el regalito del intercambio fuera útil para el destinatario. No extrañé los comentarios vacíos ni la falsa amabilidad. No extrañé celebrar algo que me resulta absurdo celebrar. No extrañé la doble moral de los católicos, cuando el gran ausente en estas fechas es Jesús (o al menos su predicación).
O sea que estuve a toda madre lejos de la rutina navideña que repetí por veinte años. Y ojalá extrañara porque con tanta soledad no sé cómo diablos voy a readaptarme a los hábitos de la frontera. Creo que lo mejor será volver y no dejar de pensar -como escribió Kundera- que La vida está en otra parte, quizás en los camarones que cené el 24. Aunque, después de todo, la aventura tuvo algunos inconvenientes. Por ejemplo, eso de andar viajando sola en busca de lugares apartados tiene la desventaja de que luego no hay quien tome la foto. Ni hablar, a fin de cuentas mi memoria filtrará lo que se le antoje, y las fotos salen sobrando.