miércoles, 12 de septiembre de 2007

Contra las orgías de optimismo

Vamos al hoyo. Aceptémoslo de una buena vez y pongámonos a trabajar.
Comparto la siguiente cita de Bobbio transcrita por Eco, cuando el último reprocha que la humanidad marcha a paso de cangrejo. Pero aún a ese paso, por ese paso y contra ese paso hay que seguir marchando. Para ello, Eco insiste en hallar "la misión del docto... revisitada". Dejo aquí, pues, la cita textual:

Soy un ilustrado pesimista. Soy, por así decirlo, un ilustrado que ha aprendido la lección de Hobbes, de De Maistre, de Maquiavelo y de Marx. Me parece, además, que la postura pesimista se adecua más al hombre ilustrado que la postura optimista. El optimismo siempre implica ciertas dosis de entusiasmo, y el hombre ilustrado no debería ser entusiasta. Y son también los optimistas los que creen que la historia es efectivamente un drama, pero un drama con final feliz. Solo sé que la historia es un drama, pero no sé, porque no puedo saberlo, que es un drama con final feliz. Los optimistas son los otros, los que son como Gabriel Péri, que muriendo gloriosamente dejó escrito: “Prepararé dentro de poco los mañanas que cantan”. Los mañanas han llegado, pero los cánticos no los hemos escuchado. Y cuando miro a mi alrededor, no oigo cánticos sino rugidos.
No querría que esta declaración de pesimismo se entendiera como un gesto de renuncia. Es un acto de sana austeridad tras tantas orgías de optimismo, un prudente rechazo a participar en el banquete de los retóricos siempre festivos. Es un acto de saciedad, más que de disgusto. Y, además, el pesimismo no refrena la laboriosidad, sino que la encamina y dirige mejor a su objetivo. Entre el optimista cuya máxima es: “No hagas nada, ya verás como todo se arregla” y el pesimista que replica: “Haz lo que tengas que hacer, aunque las cosas vayan de mal en peor”, prefiero al segundo. […] No digo que los optimistas sean siempre fatuos, pero los fatuos son siempre optimistas. No logro separar en mi mente la ciega confianza en la providencia histórica o teológica de la vanidad de quien cree que es el centro del mundo y que todo sucede por indicación suya. Respeto y aprecio, en cambio, al que actúa bien sin pedir garantías de que el mundo mejore y sin esperar, no digo premios, sino ni siquiera confirmaciones. Solo el buen pesimista está en condiciones de actuar con la mente despejada, con la voluntad decidida, con sentimiento de humildad y plena entrega a su deber.

Norberto Bobbio, Politica e cultura, citado en Umberto Eco, A paso de cangrejo. Debate, México, 2007, pp. 85-86.