martes, 12 de diciembre de 2006

L'orologio

Ferro Gay (1926-2006). En la Cátedra, junio de 2005.

Federico Ferro Gay reforzó mi amor por los clásicos y por la literatura italiana. Escuchar a Ferro Gay era descubrir nuevas e infinitas posibilidades contenidas en una misma lectura. Ferro Gay era una muy equilibrada dosis de divinidad en su ilimitada humanidad.

En cierta fecha del 2004, la primera vez que crucé palabras con él, su temperamento enciclopédico me dejó entumida, al grado de olvidar lo que originalmente tenía intención de preguntarle y el comentario más imprudente que me llegó en ese instante fue: “Cada vez que lo veo… usted me recuerda a Jorge Luis Borges”, a lo que Ferro sólo atinó en responderme, con una irónica sonrisa: “¡Pues pobre Jorge Luis Borges!”
La cercanía intelectual, humana y afectiva que mantuve con Ferro Gay llegó meses después. Y no obstante, siempre le encontré un parecido físico con el erudito argentino. El pasado 2 de mayo, cuando muy temprano recibí la feroz noticia de su muerte, no sé bien si en el transcurso de ése o los siguientes días, pues fueron horas de confusión, recordé unas líneas de Borges: “Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos. El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos” (en “There are more things”, El libro de arena). En apenas dos años Ferro Gay trastornó mi sentido de la realidad. Ferro Gay fue mi norte y fue muchas otras cosas que de momento y luego de siete meses me está vedado descifrar. Para los que en su funeral repitieron discursos cargados de esnobismo (fiel muestra de que jamás entendieron al propio Ferro), y que no supieron decir otra cosa más allá de “la vida sigue”, yo les contesto que no, que la vida da un vuelco inmenso cuando nos faltan aquellos que amamos, en parte porque tenemos que decidir en medio de la incertidumbre en la que nos dejan (y sí, tal vez decidir es síntoma de que uno sigue adelante, pero mucho influye su ausencia hasta en la menor elección).

Semanas antes de morir, L’orologio (El Reloj) fue el libro del cual nos leyó algunos fragmentos y donde se narran las condiciones de la dura posguerra en Italia, la que el mismo Ferro soportó con la ansiedad de no hallar a su madre y ver su ciudad en ruinas tras haber sido bombardeada. L’orologio refleja lo que se vive después de un desastre de la magnitud de la Segunda Guerra Mundial y nos orilla a reflexionar por qué una serie de situaciones límite (de corrupción, hipocresía, egoísmo, degeneración del arte, conformismo, superficialidad) se renuevan y reproducen hasta nuestros días.
L’orologio es, pues, una lectura que reconforta en contradicción, así como en su momento representó un refugio para el propio Ferro Gay: “El autor de este libro, Carlo Levi, es mi amigo, indirectamente, lo es”, nos repitió alguna vez cuando cerraba su libro y lo pasaba por encima del escritorio. Un libro que, con su muerte, sencillamente di por perdido. No obstante, la generosidad de mi hermana buscó, halló y puso en mis manos una versión en inglés. Y ahora mismo me conmueve la noticia de que cierto ejemplar en el original italiano ha llegado desde Venecia a Juárez, enviado por el propio sobrino del autor: Giovanni Levi, a la vez historiador y fundador de la microhistoria, a quien tuve la fortuna de conocer en Xalapa (Riprendere la complessita: dopo la microstoria). Hasta el momento, quizás sea ésa mi única razón para ansiar el retorno a la frontera: redescubrir los párrafos del italiano que me fueron negados tras la dolorosa muerte de Ferro Gay. Los que en el duelo se han mantenido cerca, bien sé que entienden éstas y las líneas que aún soy incapaz de escribir, y espero con ellos y el resto de mis interlocutores compartir la futura relectura de Levi.

Con Giovanni Levi. Xalapa, 2006.

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